A la Sagrada Familia nos fuimos a vivir cuando yo tenía 1 año (lo he oído cientos de veces).
En aquel tiempo, casi no había coches en las calles, quien lo diría?. Mi padre era el chófer de una empresa y a veces, al mediodía se traía el coche a casa y salíamos al balcón y solo se veía el suyo.
Había mucha vida de barrio. En la esquina había un zapatero. Antes los zapatos se arreglaban, no se tiraban, se ponían tapas o tacones nuevos, otra vez. Concretamente, había uno que era un espectáculo. Iba con mi abuelo.
El hombre tenía un garito infame, lleno de zapatos de todas clases, completamente desordenados. Allí no había orden ni concierto. Era totalmente incumplidor con las fechas. Y además estaba lleno de palomas que revoloteaban dentro del cuchitril. A mí me daba repelús que una paloma pasara a mi lado y con lo escandalosas que son. Ese hombre, hablaba sin parar, estaban también unos colegas y era como una especie de tertulia. Podías estar allí una hora para ir a recoger unos zapatos. Pero a mí me gustaba ver el trabajo manual que hacía, eso me encantaba.
En la pared, tenía un cartelito que ponía: Hoy no se fía, mañana sí. Pensé horas y horas en aquel juego de palabras que nadie me explicó.
En otra época, ya había hecho bellas artes, en la Avenida Gaudí, justo al lado de la Sagrada Familia, descubrí a un tipo que vendía lona (yo las necesitaba para hacer los cuadros).
Era un hombre que hacía tiendas de campaña, mochilas y cosas así. La tienda era bastante grande, tenía un almacén al final. Yo compraba telas de algodón grueso, que preparaba para pintar y así me salía más barato. En aquella época los cuadros tenían que ser todos, de 1 metro y medio cómo mínimo, era la moda.
Dentro del almacén tenía unas lonas que venían de un almacén en el que hubo un incendio y tenían algún trozo un poco más oscuro, debido a eso eran baratísimas.
El problema (siempre hay alguno), era que el hombre de unos 70 años (la tienda era suya), tenía incontinencia verbal. Cuando iba a buscar tela, tenía que ir con un mínimo de dos horas por delante.
No había manera de hacerlo callar. Sí venían otros clientes, les atendía rápido, para que se fueran y poder seguir dándome la chapa.
Me explicó toda la historia de la confección en Catalunya. Tambien me explicó que había hecho la mili en Marruecos, con el comandante Pérez y que entonces pasó no sé qué y patatín patatán. A mi aquello, no me interesaba lo mas minimo pero, lo tenía que aguantar, porque aquellas telas las guardaba como un tesoro. A veces, pasaba por allí su hija, una chica joven y me miraba con cara de: la que te espera! Y enseguida se iba. Se hacían las 8 y media, cerraba el establecimiento y él seguía y seguía para desesperación mía. Yo no decía nada para no darle cuerda, pero dicen que es peor porque ellos se crecen.
Total, pesadillas que aún me duran.
Dicen que los traumas van muy bien para el arte.
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