Cuando estaba estudiando segundo curso en la Massana, yo me había pasado a Diseño de Interiores y teníamos una asignatura que era Maquetas.
El profesor se llamaba Carles Selicke. Yo hice varias maquetas para algunas clases y él me conoció y después de unos meses, me ofreció ir a trabajar a su estudio.
Él había padecido una hemiplejia, tenía media cara paralizada y le daba un aspecto severo, pero era cordial.
Yo, le dije que si, me hizo gracia que me escogiera y todo bien. Iba por las mañanas a su estudio y por las tardes seguía estudiando.
Hacíamos maquetas para apartamentos en el Pirineo con capas y capas de corcho para hacer las montañas y las casas tenían unas ventanas milimétricas de metacrilato oscuro. A mí, hacer aquello me gustaba.
En aquel estudio de maquetas trabajaban dos chicos más, uno era sobrino suyo. Eran simpáticos y nos llevábamos bien.
Pero había un problema. El jefe, a veces salía para hacer gestiones e inmediatamente, salía de no sé de donde una pelota y aquellos dos se ponían a jugar a fútbol. Como uno de ellos, era el sobrino, estaba como en su casa.
Yo, tenía 16 años y aquello me incordiaba cantidad. Primero, podía llegar el jefe en cualquier momento. Segundo, a mí el fútbol no me interesaba y tercero, tampoco quería pasar por una estirada y poco enrollada.
Ahora se diría que no sabía como gestionar aquello.
Fue un suplicio para mi, quería quedar bien con el jefe y también con ellos.
No me acuerdo de más, aquí se acaba la historia, no recuerdo cuanto tiempo estuve allí, ni cómo se solucionaron las cosas, pero seguro que nunca le di a la pelotita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario