viernes, julio 08, 2022

Mujeres invisibles

 Ayer volví a ver una imagen, que como vengo diciendo, me despertó un montón de cosas y me hizo pensar mucho.

Lady Di murió el 31 de agosto de 1997.

Víctor y yo habíamos ido de vacaciones a Francia, a Víctor siempre le ha gustado ir por los pueblecitos de Francia, por las carreteras nacionales. Habíamos vuelto el día antes por la noche, hacía poco que vivíamos juntos.

Por la mañana, desde las 7, se oía una radio, puesta a todo volumen por el patio de la cocina. 

Desayunamos y nos enteramos de que había muerto Lady Di.

Solo recordamos aquello que ha creado un impacto emocional, solo recordamos emociones, no cosas o hechos sin más. Un día, cenando en Ceret con Plensa, explicó una anécdota, una curetor le dijo algo despectivo sobre su obra. Él comentó: es curioso, me acuerdo de eso, pero no de otras cosas. No pude meter cucharada, pero entendí perfectamente por qué recordaba ese hecho y no el siguiente, aquello lo tenía clavado como un puñal.

Ayer salió un artículo que decía: Georgina Rodríguez ( la mujer de Ronaldo) la última mujer invisible.

Hablaban de la foto de Lady Di colgando del trampolín del yate, después de todo el pollo de Buckinghan.

Las dos mujeres habían tenido recientemente sucesos traumáticos: la muerte de un hijo y la trágica vida de Lady Di, colgada de un trampolín.

Si hay imágenes que definen el sentir de una época, la protagonizada por Lady Di en aquel yate que surcaba las aguas de la costa italiana en 1997 dice más sobre los años noventa del siglo pasado que cualquier análisis demográfico. Quizá movida por un impulso o por el espíritu de su propia tragedia –apenas siete días después falleció en un accidente de coche–, la princesa que no tenía ni castillo ni corona, decidió sentarse al borde un trampolín que, casi suspendido en el aire, retaba a la mismísima ley de la gravedad. Cabizbaja y ataviada con un discreto bañador azul, Diana miraba hacia atrás mientras sus pies jugueteaban sobre el mar turquesa de Portofino. No saltó, aunque quizá lo pensaba, pero su soledad se hizo carne, se hizo imagen, en ese preciso instante; y huelga decir en favor de los quizá romantizados en exceso años noventa que nadie vio entonces ni el bikini ni el cuerpo de Diana, sino a la mujer en toda su dimensión, complejidad y misterio.

Georgina Rodríguez en bikini en Ibiza es el siguiente paso en esta historia de ojos que ven mucho, más que en ningún otro momento de la historia, pero sienten poco. La empresaria, estrella de la telerrealidad y pareja del astro del fútbol Cristiano Ronaldo también está en un impresionante yate, pero rodeada de gente, y también se pasea de un lado a otro en busca, quizá, un momento para ella. Mira a sus acompañantes mientras se bañan, sonríe con timidez, toma fotos. Luego se tira al mar y nada en completa soledad. Esa es, sin duda, la imagen que define nuestro tiempo y cómo somos sus habitantes: el baño en alta mar de una estrella mediática con casi cuarenta millones de seguidores en su perfil de Instagram que ha decidido tomarse unos días de descanso después de haber protagonizado el programa de telerrealidad más exitoso de la temporada (Soy Georgina, disponible en Netflix) y tan solo tres meses después de haber dado a luz a dos bebés y que uno de ellos falleciera.

El parto de Georgina fue cubierto por casi todos los medios de comunicación, los mismos que no han dudado en recuperarlo para hablar de las mencionadas imágenes vacacionales. Y donde antes había una historia que hablaba de la vida de una mujer, como sucedió con la fotografía de Lady Di, ahora tenemos a una mujer en bikini después de dar a luz. Nada más y nada menos. Ya sea para tratarla en favor del supuesto empoderamiento o para criticarla o para simplemente decir “aquí está su cuerpo, míralo y juzga tú mismo". Eso es lo único que se ve. Ni su mirada, en ocasiones melancólica, ni su historia, ni su gestión del luto, lo único que se considera como gancho para atraer lectores es una figura femenina tras un proceso transformador tan radical como es el de gestación y que, en esta ocasión, se une de manera ineludible a una emoción tan devastadora como la pérdida de lo que más se quiere, un hijo. Es más, de interesar esto último es a través de su vinculación al cuerpo y la cara.

Philip Roth escribió en una ocasión que las mujeres bellas son invisibles y si consideramos esta afirmación como cierta, Georgina es la última mujer invisible –a pesar de ser una estrella de la telerrealidad– por su atractivo físico, por la atención mediática que recibe a diario, y por esa vida de lujo y comodidades que todos envidian. Nadie ve a la mujer, nadie piensa en lo que ha sufrido, lo que teme y lo que desea, lo que es y podría ser. Ni aunque se sentara al borde de un trampolín en alta mar, lo verían.

Vidas al borde, del mar.








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