Me está dando muy fuerte con #Rosalía. No fui al concierto, pero hay veces que me entra una necesidad de estar todo el día escuchando lo mísmo.
Esto me está pasando con ella. Ya no veo cine, porque ver cine y escuchar música es incompatible. Aprovecho cuando voy en coche para ponerla a toda pastilla y me da totalmente igual lo que digan los críticos, los haters o quién sea: me emociona y las lágrimas me resbalan cuando escucho según que canción.
Yo descubrí a Rosalía porque mi abuelo, que vino de Orihuela, tenía un tocadiscos y ponía discos de su tierra: La niña de la Puebla (que era ciega) y también ponía La Hija de Juan Simón, una historia tremebunda, en donde un hombre, enterrador de profesión, tiene que enterrar a su hija quue se ha muerto de pena porque él estaba en prisión. Cuando tienes 6 años y oyes eso, es normal que te trastorne. A mi abuelo también le caían lágrimas. Estábamos él y yo, en el comedor, escuchando el tocadiscos y se iba haciendo de noche. Para mí aquello eran unos momentos extraordinarios de éxtasis musical.
Hace 4 o 5 años escuché por ahí la canción: La hija de Juan Simón cantada extraordinariamente por una chica muy joven.
Yo me quedé a cuadros, pensé: quién ha recuperado aquello?, y además una chica tan joven y una voz excepcional.
Luego vino el Malamente. Pocas cosas me han impresionado tanto al verlo por primera vez. La sucesión de planos del clip me dejó atontada. Las, motos, los toros, los camiones, la grúa de los palés, el polígono, el chándal rojo, el jersey corto con mucho volumen, la letra, el tratra y el último plano del skate que acaba visualizando una cruz.
La fui siguiendo. Por mi cumpleños un año, en casa me regalaron El Mal Querer, síntoma que estaba todo el día dando la tabarra.
Y ahora ya no puedo dejarlo, es un enganche absoluto.
Ayer leía en una publicación de aquí muy interesante #ElNúvol, en ella hablaba del término: #womand. Es una expresión que ha inventado la periodista Rayne Fisher-Quann para describir el ciclo de la fama femenina: primero, la adoración, después la idolatría que lleva a la sobreexposición y, por tanto, el cansancio que después justifica el odio y la cancelación (cuando eres “woman'd”). La mayoría de las veces, este ciclo se reinicia constantemente, porque si la cantante, escritora o lo que sea es suficientemente hábil, impone un giro narrativo a su figura pública y recupera el interés.
Lo que se señala con este concepto, pues, no es criticar el trabajo de mujeres, que es perfectamente legítimo, sino la tendencia de la opinión pública a moverse como un péndulo del amor al odio cuando se desorienta y cree que lo inteligente que se puede hacer ante una demostración de inteligencia o talento femeninos es criticarlos.
Como cualquier estrella de masas, Rosalía ha estado a punto de ser woman'd muchas veces. El mal querer fue el disco que la catapultó y, por tanto, enseguida se abrió el debate sobre la apropiación cultural. Cuando lanzaba sencillos más comerciales y ganaba público, se le acusó de haberse vendido al reggaetón comercial y de haber perdido la esencia (la misma esencia folclórica que antes le criticaban). Cuando lanzó 'La fama' o 'Hentai' antes de Motomami, se la acusó de hipersexualización y, de nuevo, de comercial. Con la publicación del disco entero ha reiniciado el círculo de la opinión pública, que ha pasado al de la idolatría, y por tanto, era inevitable que se abriera algún debate estéril, que esta vez ha sido lo de los músicos en directo en el escenario.
No sé cuál es la capacidad real de control de Rosalía sobre su público, pero lo evidente es que está preparada para el escrutinio, y dispuesta a pisarlo. Literalmente.
Sin cruzar la línea del cálculo frívolo ni decir proclamas pseudofeministas, Rosalía no se deja reducir porque lo es todo a la vez. La mayoría de procesos del "woman'd" tienen que ver con la reducción de una mujer y su talento a una categoría prefabricada: la loca, la desastre, la girlboss, la oscuridad, la flemática, la cursi, la diva. Así como hace con los géneros musicales, ella se anticipa a las categorizaciones estériles cogiendo un poco de cada uno de estos personajes y jugando a ser todas y al mismo tiempo ninguna mujer. La misma diva que llevaba uñas impracticables y canta las virtudes del dinero, las joyas y vestir a Versace, ahora se apropia de atributos masculinos cuando todo el disco va sobre el motor, pisa la cabeza de sus fans y se desmaquilla en directo “porque así mejor, ¿no?”. También la misma que apela a la inocencia más infantil levantando los pies con el tarara de Biscochito. Y la misma que nos muestra sus picnics bucólicos con el Rauw en Manresa. Rosalía defiende que los referentes están ahí para despejarlos, pero también que el primero es casa, la familia y Dios. Y cuando debe pensar un diseño de zapatos, se inspira en las alpargatas de Dalí. También se sexualiza, enfoca su culo haciendo twerk en el escenario y hace cantar a su público una canción Disney sexualmente explícita. Hace jornadas laborales de veinte horas, se disfraza para salir a la calle a hacer comedia y, como hacía Rodoreda, finge inocencia en las entrevistas. Lo que Rosalía nos muestra de sí misma siempre se adelanta a todo lo que ha servido de pretexto para dar y lo lleva a un extremo grotesco, a veces incluso incómodo. Como ella misma canta, la fama es una mala amante y nunca te querrá de verdad, pero ante esto ella no se acompleja ni baja la cabeza, sino que estudia su lenguaje, juega y nos pisa la cabeza todos con sus botas hasta las rodillas.